viernes, 27 de marzo de 2009

Tuve un Sueño - Límites a la Acumulación de Riqueza

"- Pero si no hay patentes, si no hay premio para el innovador y no se protegen sus derechos, ¿quién se molesta en innovar?
- ¡¡Eso es falso!! Esa teoría es falsa.
- Bueno, bueno... no se enfade.
- Si fuera cierta esa teoría, significaría que en la vida los humanos no hacemos nada si no es a cambio de un beneficio económico inmediato.
- ¿Y no es así?
- No sea burro: ¡pues claro que no es así! Lo que pasa es que algunos economistas miopes y las grandes empresas quieren que creamos que en la vida los humanos sólo nos movemos por el beneficio económico, porque eso es exáctamente lo que hacen ellos, y si todos pensamos que eso es lo normal, aceptaremos su brutal egoísmo como algo natural, e incluso necesario."
 [Entrevista a Richard Stallman, uno de los padres de Internet. Año 2003]



 Anoche tuve un sueño.
 Soñé con un mundo diferente. O quizá no. Porque en realidad era mi mundo, pero con una diferencia: la raza humana, en su casi totalidad, había comprendido la importancia de limitar la acumulación de riqueza a nivel individual. Habíamos comprendido que éramos cien personas viviendo en un huerto con cien manzanas, por lo que nadie podía quedarse con decenas de manzanas para él solo. Así que la acumulación de riqueza había quedado prohibida por encima de ciertos límites.
 No acumulando nadie riqueza de manera desproporcionada sobraban recursos suficientes para que todo el mundo tuviera comida, ropa, agua y medicamentos. Los promotores inmobiliarios, los concejales de Urbanismo y los especuladores de viviendas no existían, pues acumular riqueza era la razón última de su actividad; así que el precio de la vivienda no se había disparado en ninguna parte y había casa para todo el mundo.
 No pudiendo enriquecerse más allá de cierto límite, los empresarios, grandes o pequeños, no explotaban a los trabajadores para obtener más beneficio, sino que más bien procuraban crear un ambiente de respeto mutuo entre ellos y sus asalariados. No existiendo las inhumanamente extensas jornadas laborales, había empleo para todo el mundo, así que casi todos sentíamos estar arrimando el hombro para ayudar a hacer un mundo mejor, lo que eliminaba no pocas de las enfermedades mentales modernas. No habiendo posibilidad de enriquecerse de manera desmedida no había trabajadores cuyo salario ridiculizara al de otro, con lo que las personas no éramos tan competitivas ni individualistas.
 Los niños en los colegios aprendían, ahora sí, que debían trabajar en grupo, ayudarse y respetarse, pues todo ello ya no iba en contra de la actitud que más tarde veían en sus casas, a sus padres y al mundo exterior. Además, habiendo riqueza suficiente para costear los estudios de todo el mundo, nadie envidiaba mucho tener menos formación que su vecino. Y los profesores, frente a alumnos motivados por aprender, tenían ahora a su vez motivación para hacer su trabajo; el resultado era más gente acostumbrada a razonar por sí misma, lo que había vuelto dificilísimos los engaños publicitarios borreguiles con los que los poderosos siempre han manejado al mundo.
 Habiendo una mayor igualdad social resultaba más difícil enfrentar a las personas y más sencillo que se ayudaran. Además el proceso se retroalimentaba: el ayudado espontáneamente por un amable desconocido de hoy sentía mañana que le debía algo a la sociedad, a los desconocidos, al prójimo. El patrimonio común (plazas, mobiliario urbano, farolas) era respetado por personas que mayormente ya no buscaban, sin ellos darse cuenta, vengarse de un sistema que los maltrataba en los demás o en las cosas de los demás; las paredes en ascensores y en pasillos no eran pintarrajeadas ni rayadas.
 Los casos que quedaban de personas que lograban, mediante trapacerías, acumular mucha riqueza, eran mal vistos cuando, por fuerza, tenían que revelar sus tesoros a otros: el archirrico no encontraba piloto para su jet privado, y los camareros, chóferes y limpiadoras ya no necesitaban servirles, menos aún reverentemente, para poder comer. Los ejércitos y matones que antaño les habían mantenido arriba ya no querían ni tenían porqué servir a los que desoían la regla de oro de la raza humana: que no se debe acumular riqueza. Era casi imposible mandar a personas a matar a otras personas, particularmente en grandes grupos, así que las guerras tenían que librarlas ellos mismos, cosa que los poderosos nunca han estado dispuestos a hacer.
 Las Farmacéuticas ya no creaban medicamentos trampa para aliviar los síntomas pero cronificar la enfermedad al acabar el tratamiento: ya no era necesario que el paciente volviera a por más pastillas, porque, de todos modos, la sociedad no les permitiría amasar inmensas fortunas; así que quedaron en las empresas sólo los verdaderamente interesados en sanar a los demás. El fontanero no dejaba las tuberías mal puestas para que se rompieran al cabo del tiempo y fuera necesario volverlo a lllamar, porque, al fin y al cabo, tenía para vivir sin necesidad de esas supercherías. Las casas ya no se construían precariamente sin dejar tiempo a que se asentaran los materiales y cementos, porque nadie buscaba el máximo beneficio económico en el proceso.
 Las multinacionales no nos sicocondicionaban mediante sus desarrolladísimas tretas publicitarias para comprarles más y más cosas que no necesitábamos, porque ya no podían tener una gran riqueza. Es por ello que dejaron de presionar con su inmenso poder para que las infraestructuras de los países estuvieran orientadas al transporte privado, así que los gobiernos habían desarrollado los transportes públicos y el tiempo había demostrado que eran mucho mejores: menos accidentes, más cómodos, seguros y más respetuosos con el medio ambiente.
 Todavía mejor: las multinacionales ya no ponían y quitaban políticos a su libre albedrío para obtener mayores riquezas, así que los necios fueron abandonando los puestos de toma de decisiones, y los sabios, que por fin dejaron de ser boicoteados, ascendieron a puestos de administradores (que no líderes) políticos destinados a buscar el bien común.
 Los científicos, esta vez sí, tenían motivación y creatividad para sus investigaciones y descubrimientos, ahora que la meta de "Un Mundo Mejor para Todos" había reemplazado al "Hazte Rico y a los Demás que les Den". Los músicos, actores, artistas y creadores de todo tipo podían dedicarse a su arte en lugar de a servir hamburguesas en un McDonalds sin miedo a que la sociedad los matara de hambre, pues ahora había suficiente para todos. Las sanguijuelas que, mediante su ejército de abogados, se apoderaban del conocimiento tampoco existían, pues su meta era también, ahora se vio claro, enriquecerse; así que descubrimientos científicos, tecnologías, vacunas, programas informáticos, canciones, libros, cualquier arte y todo tipo de conocimiento fluían libremente, de lo que, de un modo u otro, nos beneficiábamos todos.
 Cuando alguien conseguía algo: poner su cuerpo en forma, correr la maratón, componer poesías, aprender a tocar el piano, a jugar al tenis, a hablar en otros idiomas, a hacer malabarismos, la idea de fondo para los que le veían ya no era: "Maldición. Me ha superado en algo. Podría quitarme el puesto de trabajo o algo así el día de mañana" sino más bien "Estupendo. Quizá su logro me suponga a mí algún beneficio el día de mañana".
 En las ciudades las enfermedades mentales no hacían escabechinas, pues la reacción primaria ante el prójimo no era ya de desconfianza. Aún más, salir a pasear no le daba a uno la sensación de estar rodeado de enemigos. El deseo subliminal de vengarse, de la manera que fuera, de la sociedad ya no anidaba en los corazones de las personas y la masificación no generaba tensión a casi nadie.
 La mayoría de las religiones, orientadas desde siempre a la obtención de riqueza bajo una fachada de misticismo, habían tenido que repartir por las mismas razones que los demás archirricos del mundo, de modo que sólo habían permanecido en ellas las buenas personas orientadas a buscar respuestas a las preguntas de siempre: ¿Qué pintamos aquí? ¿Qué hay después, si es que hay algo, y cómo puedo prepararme para ello? ¿Por qué no da la cara el creador? ¿Qué soy? ¿Estoy preparado para las respuestas? Y a fe que las necesitábamos, a estas personas.
 Sabiendo que no estarían expuestos a una vida de carencias si no elegían la carrera de moda, las ramas del saber que enseñan a pensar como Filosofía, Literatura o Historia eran a menudo navegadas por multitudes de estudiantes.

 Pero en mi sueño el mundo no era idílico, no se confundan. La raza humana tenía multitud de problemas: enfermedades, sequías, climatología, frío, plagas, y el mero hecho de tener que degenerar lentamente hasta morir. Pero ahora estaba unida para luchar contra ellas; ya no se deshacía en necias guerras internas que sólo beneficiaban (enriquecían) a unos pocos.

 Después me desperté, claro. Pero volví a dormirme con la esperanza de volver a tan bello sueño.
 Para serles sincero muchas noches me acuesto con la esperanza de que, si una vez lo tuve, podria volver a tenerlo de nuevo.
 Incluso, ya abundando en sinceridades, les confieso que a menudo imagino que podría hacerse realidad. Todo ello disparado por el mero hecho de haber limitado la acumulación de la riqueza.