miércoles, 13 de mayo de 2009

Or-gani-zación, Or-gani-zación

 En su día, trabajando yo como informático, tenía como cliente a una empresa promotora-constructora de esas. Sí, lo han adivinado, fue durante el bum de la especulación inmobiliaria. Dentro del hecho de que a menudo casi no hay, en nuestra sociedad, formas honestas de ganarse la vida, me admitirán ustedes, amables lectores, que muchos de estos acólitos del ladrillo se aprovecharon de la vorágine de entonces para ganar dinero (casi) sin trabajar con este tema, incrementando con ello la burbuja y empobreciendo de facto a mucha otra gente honrada que tan sólo quería ganarse la vida y que se vio pagando durante décadas por una vivienda que se supone no es sino un derecho constitucional. Además estos últimos hasta se lo tomaron como algo lógico y normal, que esa es otra.
 Pero a lo que iba. Recuerdo una ocasión en la que la jefa de la empresa me dijo:

- Bueno, vamos a ver, yo lo que quiero es que te or-ga-ni-ces. - enfatizando las sílabas, para proseguir: - Porque ayer estuviste aquí toda la mañana y el servidor de impresión y los dos ordenadores de esta habitación no se quedaron terminados.

 Cualquiera que haya trabajado en temas informáticos, o incluso haya tratado de hacer la operación más aparentemente inocua y sencilla en un ordenador sabe (gracias, Bill Gates) de la impredecibilidad de la faena, y lo que puede complicarse el asunto. No apto para propensos a trastornos gástricos, se lo aseguro. La jefa también, a poco que prestara algo de atención a mi proceder, podría ver de los imprevistos y ralentizaciones en las tareas que yo tenía entre manos. No obstante confieso que, en aquella época, este tipo de situaciones lograban hacerme sentir culpable.

 Algún tiempo después vi un episodio de la serie de TV "Cuéntame Cómo Pasó", ambientada en la España franquista, en el que Antonio Alcántara, el padre de la familia protagonista, trata de pedirle un adelanto salarial a su jefe, Don Pablo (obsérvese el "Don"), para poder pagar la Comunión de su hijo. Cito la conversación de memoria, no la he comprobado:

- Así que para la Comunión de tu hijo, ¿no?
- Sí, Don Pablo. Es que está muy ilusionado, y estas cosas son una vez en la vida. No se lo pediría si tuviera otro sitio del que sacar el dinero.
- Y para regalarle un reloj de marca, ¿no?
- Bueno, yo había pensado más bien en una estilográfica. Aunque se nos irá casi todo en pagar la cosa, que ya sabe usted, que sí el convite, que si los postres, que si el restaurante...
- Pues mira, te voy a hacer un favor. - dice Don Pablo decidido.
- ¿Ah, sí? - responde Antonio con mirada alegre.
- No te voy a dar el anticipo.
- ¿Cómo dice? - dice Antonio sorprendido.
- Sí señor. A ver si así aprendéis a organizaros mejor vuestros gastos, y no andar con carencias de este tipo. Es por tu propio bien. El día de mañana me lo agradecerás.

 Y, por terminar el engarce de historias, recuerdo también una escena de la película española "El Laberinto del Fauno" ambientada en esa famélica posguerra civil española en la que la mayoría de la empobrecida población de un país destruído no recordaba lo que significaba el verbo "comer".
 Representantes de la curia, del empresariado o del ejército, todos ellos próceres (franquistas, por supuesto) encargados de gestionar cierta zona montañosa, cenan en una mesa bien provista con sirvientes y todo. También cito de memoria a los comensales:

- ¿Tendrá la población comida suficiente con esta asignación de las cartillas de racionamiento?
- Si se organizan tendrán suficiente. - Esto lo dice el cura, nada menos, si no recuerdo mal. Mientras mastica, claro.

 Demasiado a menudo me encuentro con que para los de arriba el problema que tienen los de abajo no son complicaciones normales o que sus condiciones de vida sean injustamente peores, sino que no se organizan. Que derrochan. Que son insensatos. Que no hacen las cosas bien porque no quieren. Culpa suya, vamos. Así que hay que tratarlos en consecuencia, como se merecen los tunantes: con el látigo.

 Una de las razones de no convertirte en tunante es que no te traten como a tal. Si el trato ya viene por anticipado, casi que lo mismo le dará a más de uno, por el mismo precio, hacerse tunante.
 Y así hasta que la olla a presión de la sociedad reviente.

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