jueves, 12 de noviembre de 2009

Temor de Dios

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"Digamos que les daría miedo, porque, ya sabéis... a veces las órdenes que se imparten a los simples llevan el refuerzo de alguna amenaza, por ejemplo, el presagio de que algo terrible, y de origen sobrenatural, castigaría cualquier desobediencia."
[El Nombre de la Rosa - Umberto Eco]



Me recuerdo de niño en una iglesia de un pequeño pueblo, contemplando uno de los diversos cuadros que adornaban el interior del edificio, en el que una multitud de personas eran arrojadas a las llamas (en el cuadro, no en el edificio; no ocurrió el suceso hace tantos siglos como para eso). Vivas, claro. Recuerdo sus gestos de pánico y desolación. La verdad es que no sé si tenía yo más miedo de verlos que ellos de arder en el fuego eterno ese. Vaya un ambiente para la llamada «casa de Dios». Más parecía querer decirme: "Ya sabes lo que te puede pasar".
Y es que desde pocos siglos después de fundado el cotarro de la Iglesia Católica (cotarro que, recordemos, se fundó sin el miembro fundador, que ya se las trae), las prédicas de paz, amor, fraternidad, compartir, cooperar, respeto, no acumulación de riqueza y todo eso, tuvieron un añadido un tanto, digamos, divergente de las anteriores: el miedo. Los cuadros o la tétrica música (¿soy el único que encuentra parecido entre las melodías que ponen en las películas de vampiros y la música de órgano de las iglesias de antaño?) parecían diseñados mayormente para meterle el miedo en el cuerpo al personal. Y las peroratas de los párrocos iban por el mismo derrotero. Eso por no citar que el Antiguo Testamento de la mitología judeo-cristiana está llenito de aterradores (y detallosos, para que luego digan de la tele de ahora) relatos de muerte y destrucción.

Cuento esto porque hace poco oí en la radio de un terremoto en Sumatra, y enseguida nos vinieron con la cantinela de siempre: el «Ay, Dios mío, qué desgracia», el «Pobre gente, cuántos muertos», el «Y ahora a la calle, sin hogar, fíjate tú», etc. Ahora los políticos de turno a hacerse las fotos con gesto compungido que demuestren al pueblo que son muy buenas personas y tienen un lado sensible, y las entidades bancarias a abrir alguna cuenta a supuesto beneficio de los damnificados, justo para lo mismo, mejorar su imagen.
No se habla tanto de las medidas de prevención sísmica que se podían haber tomado, siempre escasas y mejorables. Las normativas sísmicas no dan votos. Y las catástrofes estas tienen su lado bueno: convenientemente descritas (detallosamente) por su FalsiMedia como algo inevitable, que ocurre periódicamente (y cualquier día le puede pasar a usted, señor televidente), y poco menos que por designio divino, contribuyen a mantener dos cosas: el manipulante miedo para que imploremos protección (quien dice protección dice que nos vigilen), y la sensación de fatalismo, el «No se puede hacer nada», para que no nos preguntemos si podríamos organizarnos mejor para todos estos temas (o, simplemente, si podríamos organizarnos, que ya sería algo).
 Los casos son muchos. Me gustó particularmente este texto sobre otra catástrofe natural ocurrida en Italia, que ilustra bastante bien mis puntos de vista.


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