lunes, 31 de agosto de 2009

Los Perros y Yo

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 A los perros no les gusto. O algo así. Lo digo porque a menudo me ladran cuando paso cerca. Debe ser por ir solo, cosa que hago a menudo. Y es que existe, en efecto, un instinto animal (y que, por lo tanto, el hombre también tiene) de rechazo al que va solo, al expatriado, exiliado, que sabe Dios porqué este va por ahí sin compañía con lo peligroso que es eso, seguramente lo han rechazado y no lo quieren ni los suyos, o igual tiene alguna enfermedad contagiosa. Mejor que no se arrime, mostrémonos belicosos, GUAU, GUAU, GUAU. Muchos seres humanos también usan ese instinto como única guía para su toma de decisiones.
 Ya los árabes decían hace muchos siglos "No hay peor hombre que el come solo y no tiene amigos", y que conste que no cito a los árabes como ejemplo de lo del instinto animal; de hecho eran la civilización más avanzada cuando generaron esta filosofía. Más cercanos estábamos, quizá, por entonces a los animales los que, como pasaba por estos lares, creíamos que los baños debilitaban.
 Pero a mí, qué quieren que les diga, no me gusta nada. Me parece falto de educación.
 Le comento de ello, por saber qué piensa del tema el poco reflexivo sujeto de a pie, a mi buen amigo Gumersindo Amador.

- Y me parece fatal, Gumersindo. ¿Por qué te tiene que ladrar un perro? Me resulta tan molesto como si, al pasar yo cerca, me increpara con gritos, insultos o amenazas una persona. Como se me acerque, veremos a ver si no se lleva alguno una patada.
- Pero ¿qué tontería estás diciendo? ¿Cómo quieres que un perro se comporte con la educación de una persona? Si te ladra un perro, te aguantas. Vaya salidas de bombero que tienes. ¿Cuándo has visto tú a alguien que piense así? - me dice él, pretendiendo quizá que le aplique al perro lo del «No ofende quien quiere, sino quien puede».

 Gumersindo, gracias a su actitud borreguil, es una gran ayuda para entender el sentir generalizado. En efecto, creo que la gente ha aceptado durante muchos años esa situación, al menos en España, porque lo hacían los demás y nadie se quejaba. El perrazo te tumbaba en el suelo, y el dueño te decía: «Si sólo quiere jugar».
 Ciertamente, no se puede esperar de un perro educación cívica. Pero sí de su dueño, que es quien tiene que educarlo. Digo esto porque, a menudo, el propietario del can que le ordena callarse cuando te ladra al pasar, lo hace de una manera más bien tibia. Si de verdad quisiera que su perro adquiriera educación para no ladrar a los demás podría lograrlo, por ejemplo, teniendo más firmeza con él, ya que los perros son, en realidad, magníficos aprendedores. Pero el hecho de que mucha gente lleva a su perro con él para sentirse más segura me sugiere que prefieren no hacerlo, no vaya el animal a reprimirse demasiado, y ya no se muestre agresivo ni ruidoso con quien sí se tiene que mostrar, esto es, con algún posible delincuente o amenaza callejera. Como está mal visto hacerlo directamente, usan su perro como forma de avisarnos a los demás: «Si me resultas un problema, te arrepentirás».
 A costa de molestias (cuando no directamente riesgos) para los demás, el dueño del perro obtiene un beneficio. Y también me parece fatal. Y todo esto sin entrar en el tema del peligro de que el animal te muerda.
 Por ello me alegro de que la legislación obligue a los dueños, desde hace años, a llevar a sus perros con correa. Lamento mucho la pérdida de libertad para el pobre animal; créanme, sé lo que es estar muchas horas al día entre cuatro paredes y necesitar hozar al aire (llamémoslo aire aunque esté en la ciudad) libre (llamésmoslo libre aunque esto también se las trae), pero un perro, aún con toda su enorme inteligencia, se deja llevar demasiado a menudo por el instinto, más que por la razón (que también tiene, y mucha) o las deducciones.
 En todo caso, si los dueños no hubieran usado durante tanto tiempo a sus animales para pisar las libertades de los demás, quizá no hubiéramos llegado a esto.

 Pero claro, quizá si el mundo hubiera sido un lugar más seguro, no los habrían tenido que usar para eso de su defensa a ultranza.
 O, ya puestos, si el individualismo y la competitividad no estuvieran tan inoculados (grabados ya a fuego, más bien) en nosotros las personas, los propietarios de perros hubieran buscado otras soluciones no invasivas y más respetuosas para el prójimo.

 ¿Ven con qué facilidad me enredo en mis razonamientos? Me ladra un perro y ya voy camino de culpar a las multinacionales.


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