viernes, 21 de agosto de 2009

Matones y Multas

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 Conozco a cierta persona que cometió el error de tener tratos con un matón a sueldo. No, no voy a hablar de EEUU ni de George W. Bush, tranquilos. Esta vez se trata de un matón de verdad, de los que pegan palizas por encargo, a cambio de un beneficio económico; que es su trabajo, vamos. Mi conocido hizo un trabajo para él, y el matón se ofreció a pagarle con un coche de lujo que le habían regalado recientemente como pago de sus «mataduras»:

- Mira, mi coche vale unos 100.000EUR. Como te debo 10.000EUR, hacemos lo siguiente: te quedas con el coche, consideramos saldada mi deuda contigo y sólo me tienes que pagar 70.000EUR. Es decir, que es como si te hubiera pagado en realidad 30.000EUR. Sales ganando. - dijo el matón.
- Pero yo no tengo ahora 70.000EUR para pagartelos.
- Nada, hombre, tú tranquilo, que ya me los irás pagando sin prisa. - le tranquilizó muy amistoso el matón. Normalmente cuando un matón se ve amistoso, malo.

 El caso es que los cantos de sirena funcionaron y el pobre ingenuo, seducido por el vistoso automóvil, aceptó el trato.Y con el tiempo se vio que «tranquilo» era lo último que debía estar. Porque el matón, cada vez que le hacía falta liquidez, lo que era con mucha frecuencia, venía a verlo y pedirle dinero. Y tener a un matón pidiéndote dinero sin duda no es nada agradable. Digamos que el entrampado (y honrado) hombre se vio trabajando a destajo para reunir dinero y poder pagar la próxima visita del poco amanerado sujeto con el que se había, en cierto modo, casado.

 Cuento esto a santo de que recientemente me ha llegado una multa de tráfico por exceso de velocidad. Nada del otro mundo, no es que yo sea un Fitipaldi; ha sido por circular a poco más de ciento veinte en tramo de autovía limitado a cien. De esas que saca una foto la cámara o el radar automatizado preparados a tal efecto. Supongo que nos ocurre a casi todos en alguna que otra ocasión.
 Pero es que precisamente esta es la cuestión. Verán ustedes, yo he pasado centenares de veces por el tramo de la multa a esa velocidad o a velocidades incluso mayores, y parece que ni el radar me ha considerado que circulara demasiado rápido, ni la cámara me ha visto fotogénico como para retratarme. ¿A que también les ha pasado a ustedes? «Oh, bueno, es que esto es como los resfriados, va un poco a suertes, unas veces te toca y otras no», habrá quien me responda.
 Veamos otro caso: no es raro escuchar en conversaciones de conductores cómo son multitud las zonas de carretera donde prácticamente nadie respeta las limitaciones de velocidad, si acaso algún turista de algún país nórdico, que se cuenta que son civilizados. Todos tenemos demasiada prisa en nuestro quehacer diario; me cuesta imaginar a muchos trabajadores en su apretada jornada laboral conduciendo con la calma que imponen las señales de tráfico. Incluso conozco más de una zona en la que si uno respetara las limitaciones de velocidad pudiera causar un accidente, por lo inesperado que resultaría para los otros conductores.
 Quiero decir con esto que aquí quien más quien menos, la mayoría somos susceptibles de ser multados conduciendo, al menos por exceso de velocidad. Y, aquí yo en mi malicia, creo que nos pillan, sólo que se lo callan. Si, por ejemplo, nos quedamos sólo con los casos de quienes son pillados in fraganti por los radares, sin duda muchas posibles multas son descartadas, en la Delegación de Tráfico o en donde sea; nos las perdonan, digamos. ¿Y qué patrón siguen para decidir qué multas nos perdonan? Uno de ellos pudiera ser la periodicidad: a este le perdonamos, que ya le cayó una multa hace seis meses. Otro patrón para subir o bajar el listón también pudiera ser la necesidad recaudatoria de los estamentos gobernantes: necesitamos más dinero, así que a subir la frecuencia de multas.
 Llámenme malpensado, pero tengo mis razones para cavilar así. Después de todo, mientras el sistema actual se base en la menos ecológica automoción en lugar de el transporte público, y en la también menos ecológica alta movilidad de los trabajadores y mercancías en lugar de en una producción más local, necesitamos el automóvil por obligación. Podría decirse que nos tienen, pues, atrapados.

 Más o menos como el matón.

 O eso, o que yo estoy rabioso porque me han puesto una multa, que es más simple.
 Discúlpenme. Tengo que ir a pagar mi multa.


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