domingo, 23 de agosto de 2009

Nuestros Hábitats Urbanos

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 Estando recientemente de asueto veraniego, hube de salir de manera más bien imprevista del piso donde ozaba y, como faena no falta, también laboraba. Digamos que la madriguera se volvía un tanto insufrible. Si me entienden, me alegro, y si no, pues mejor no pregunten.
 El caso es que, no procediendo ir a ninguna otra parte, decidí dar un paseo (léase vagar) por la zona: una franja costera tomada por las urbanizaciones de, prácticamente, exclusivo uso para vacaciones.
 Lo primero que pude concluír es que, como en los grandes almacenes, raro es encontrar un maldito sitio donde sentarse un rato. Ni en urbanizaciones, ni en piscinas, ni en la playa, y prácticamente los únicos bancos, notablemente separados entre ellos, han sido puestos por el ayuntamiento, quizá por tradicionalismo. O sea, tal que si estuviera pensado el ambiente como zona de paso, más que como lugar para una cómoda estancia.
 Lo segundo que me llamó la atención es lo valladas, cercadas, cerradas y acarteladas ("Urbanización Privada. No Pasar.") que están las urbanizaciones con sus jardines, pistas de tenis y piscinas. En efecto, hemos convertido nuestras casas en fortalezas.

 Todo ello son muestras de lo difícil que estamos haciendo el encuentro social, al quitarle a las calles los posibles lugares para ello.
 Y, pensándolo bien, tal como entendemos ya la vida los encuentros nos llevarían a trifulcas. Cómo empecé la mañana es un ejemplo. Es casi mejor así, porque si no hay encuentro, se dificultan las siempre escalables rencillas.

 Hasta que necesitemos encontrarnos porque no haya otra para sobrevivir, y veamos que no sabemos, en realidad, hacerlo. 


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