sábado, 18 de abril de 2009

Abuelitos en la Cafetería

"La globalización es una fuerza benigna, una deus ex machina para muchos de los problemas que acucian al mundo en desarrollo, como la pobreza, el analfabetismo y la desigualdad. Lo único que tiene que hacer un país es abrir sus fronteras, reducir sus tasas de interés, atraer al capital extranjero, y en unas pocas generaciones, si no más brevemente, el pobre se hará rico, el analfabeto aprenderá a leer y la desigualdad se desvanecerá cuando los países pobres alcancen a los países ricos."
 [Branko Milanovic (economista del Banco Mundial)]


 Cuentan las malas lenguas que tras la segunda guerra mundial quedaron en Alemania, aún décadas después de finalizada, personas que continuaban obcecada y cerrilmente creyendo en Hitler y el Nazismo. Quizá incluso aún queden, vaya uno a saber. Abuelitos vetustos sentados en alguna cafetería, declaraban arcáicamente su adhesión a título póstumo al gobierno del pasado. "Aquello si que eran tiempos", "Qué momentos de gloria y de unidad tuvimos", "Tan sólo considero un error intentar invadir Rusia", "Y bien que vivimos entonces, al menos".
 Obtusos, convencidos por la propaganda mediática del momento de lo del Tercer Reich, de la grandeza de su Misión, de que duraría mil años, ya decidieron en su día su afiliación ideológica para el resto de su vida, no con razonamientos, sino como se decide ser de un equipo de fútbol: porque sí. Y ninguna lógica pudo hacerles cambiar de opinión. No se trataba de eso. Era una cuestión, digamos, emocional. Me figuro que por eso Carl Sagan dijo una vez que "Toda la historia del progreso humano puede reducirse a la lucha de la razón contra la superstición".
 Creo que les dieron a un enemigo al que atacar y culpar de todo lo malo, y ellos lo aceptaron como dogma. En resumidas cuentas, llegó un momento en que habían insultado demasiado a los que pensaban diferente a ellos, se habían burlado demasiado de quienes tenían otra opinión, habían hecho demasiados chistes, les habían puesto motes. Todo en el mundo quedaba explicado por el hecho de que el Tercer Reich era bueno y lo demás era lo culpable de cualquier mal que se imaginara uno. En definitiva, habían llegado demasiado lejos y no todos tuvieron la grandeza espiritual para admitir y corregir sus propias creencias equivocadas.

 Hoy, cuando ya incluso los mismos medios de prensa que durante décadas atacaron a todo aquel que hablara mal del Capitalismo viran de rumbo y lo declaran el culpable de los males del mundo, me consta que entre nosotros aún habrá muchos de estos carcas trasnochados.
 Puedo imaginármelos el día de mañana: "El Capitalismo es el mejor sistema socioeconómico", "El Capitalismo es el único sistema socioeconómico posible", "El Capitalismo funciona, lo que pasa es que hay corrupción", etc. Serán abuelitos que darán risa o lástima. A quien les preste algo de atención, claro.

 Obsoletos señores, entérense de una vez: el capitalismo, también llamado neoliberalismo o globalización, es un sistema socioeconómico que se basa en obtener cosas quitándoselas a los demás. Si usted consigue algo, se lo quita a su vecino, si su vecino y usted consiguen algo es porque se lo están quitando al vecindario, si el vecindario consigue algo es porque se lo está quitando al resto de la ciudad, y así hasta el nivel nacional: si un país con estructura capitalista progresa es porque está expoliando a otro (u otros), destrozando de paso lo que haya que destrozar, derechos humanos o ecología incluídos.
 Bastaba con razonar que podemos seguir metidos en esa espiral hasta que los demás se defiendan y en la hoguera resultante ardamos todos.

 ¿O para ustedes no es ya de razonar de lo que se trata?