miércoles, 22 de abril de 2009

No le Dejéis Hablar

 Comiendo el otro día con mi buen amigo Gumersindo Amador, a quien acostumbro a culpar de las veces que veo la tele, me sale en el telediario ese que se supone nos informa de lo más trascendente de lo que pasa en el mundo (fue entre medias de una noticia sobre gastronomía y otra acerca de un hombre que se come su propio pie) un monográfico (creo que hubo otras "noticias", pero poco rato) sobre la reciente publicación de un programa de televisión en el que se le hacen preguntas al politicastro de turno. Creo que se llamaba "Tengo una Pregunta para Usted". Y al parecer la televisión (pública) que lo emitió paga (pagamos) por ello a una empresa francesa que por lo visto tiene los derechos de autor de eso de hacer preguntas. Procuraré hacerle preguntas a la gente a escondidas a partir de ahora.
 Como ya se imaginarán, la noticia de interés nacional se basaba en el maquillaje que se pusieron los preguntadores, en lo nerviosos que estaban, en los focos del plató... etc. Esta se la guardo a Gumersindo.
 El caso es que hubo un momento que me llamó la atención particularmente, aunque sólo fuera por aquello del "de lo perdido saca lo que puedas": el presentador instruía a los preguntones del público diciéndoles con meridiana claridad que cuando el político esté respondiendo "si no entendéis algo no le dejéis que termine, interrumpidle".
 Muy interesante. Muy significativo de los tiempos que vivimos. Muy notorio del batiburrillo que es la información por televisión y el gallinero que por fuerza han de ser los debates en la misma.
 Y es que las ideas en televisión no se desarrollan con la extensión y el detalle necesarios. Simplemente hay que decirlo todo de manera resumida y apresurada, que "se nos acaba el tiempo". Una variante de esta economización de palabras/os la aplicaba frecuentemente George W. Bush, alias el Tejano Analfabeto, cada vez que sus subalternos le llevaban un informe escrito de algo: "Díganme lo que pone".
 Así mismo, si algún desinformado trata de comportarse en televisión de manera sesuda, moderada, educada, vamos, y deja hablar a su contertulio con la esperanza de permitirle que desarrolle íntegramente su razonamiento para que luego se le permita a él lo propio, se arriesga a quedarse, como quien dice, con un palmo de narices.
 Por ejemplo recuerdo una ocasión en que haciendo campaña electoral a pie de calle el político Jordi Pujol fue abordado por un agricultor molesto por su gestión. El Venerable le impidió hablar cuando el votante le enumeraba sus quejas con un contundente pero esperanzador "Primero hablo yo, y después habla usted". Pujol dijo con los ojos cerrados y mirando al suelo (se lo aseguro, es capaz de hacerlo, yo lo he visto) al hombre lo que estimó oportuno y, no bien hubo acabado, salió disparado del campo de batalla ante un quejumbroso señor que reivindicaba "Ahora hablo yo, ahora hablo yo...". Es un buen ejemplo del modo de debatir en televisión y de porqué el que pierde la oportunidad de decir algo puede que no la recupere.

 Dos enseñanzas me vienen a la cabeza.
 La primera es simple: como aquí hacemos todo como lo dice la tele, pues también a pie de calle ocurre que así es, lamentablemente, como hablamos y debatimos. Bien por esa televisión que Don Manuel Fraga decía en la época franquista que nos enseñaría muchas cosas. Por lo pronto ya nos ha enseñado (¿adoctrinado?) a no ser capaces de dialogar entre nosotros.
 La segunda es muy interesante, y la resumió el sabio con la frase "Sólo el que lee y el que escribe se obligan a pensar": ¿Han visitado ustedes algún foro de debate en internet? Si no lo han probado nunca, háganlo, porque quizá descubran, como yo, algo maravilloso: allí la gente puede hablar, desarrollar sus ideas en la extensión deseada. Y la cosa, milagrosamente, funciona. Como lo oyen. Es como si el destino nos hubiera regalado en los foros de la red de redes una (quizá la última) posibilidad de entendernos. Oh, sí, claro, hay actitudes cerriles y contertulios de todo tipo. E insultos a porrillo. Pero el lector del foro puede analizar los argumentos (y las actitudes y formas de decir las cosas) de unos y de otros de manera más fría y serena (esto es, pensando) que si estuviera participando en un debate cara a cara. 
 A día de hoy puede decirse que, gracias a los foros de debate con moderador (que si no la cosa se desmanda), la verdad, al menos para quien quiera buscarla, está en internet.

 Y el secreto de llegar a la verdad resulta que era fácil: bastaba con dejar hablar a los demás.