domingo, 5 de abril de 2009

Pisando con Garbo

"- Veamos, para comenzar su análisis sicológico, dígame, señor Lobo, ¿por qué cuando los demás le molestan, le hablan o simplemente no le hacen nada usted les mata?
- Y yo qué sé, tío, cada cual tiene sus manías. Se supone que el rajado siquiatra eres tú."
 [Lobo, el Último Czarniano - DC Comics]


 El otro día me di un paseo en modo inadvertido por un centro de enseñanza. No me pregunten cómo, pero lo logré. El caso es que, notando algo raro en el lugar, encendí los subtítulos ambientales, algo así como los subtítulos del DVD pero para las personas del ambiente en el que se encuentra uno, y la frase de trasfondo más común que pude leer era la siguiente: "Parece estar tratando de hacer algo. Voy a pisarle a ver si le desanimo, no vaya a prosperar en lo que sea y el día de mañana sea mejor que yo en alguna cosa".
 Frustrante, ¿no creen? Preocupante, diría yo, incluso. ¿Cómo serán esos jóvenes cuando crezcan, sumergidos durante horas al día en ese baño pestilente?
 Cuando ya estoy a punto de decir para mis adentros "Yo en su época no era así" decido pararme y hacer memoria, por lo del pensamiento científico, y asegurarme y tal. Y me encuentro un par de cosas desagradables.
 El primer recuerdo que me viene a la cabeza es uno de los alumnos de Universidad, uno de mi mismo grupo, quien se había matriculado de un excedente de asignaturas y mostraba una atención e interés muy por encima de lo común en el resto del ganado (porque eso éramos los demás): preguntaba con frecuencia en clase, se acercaba al profesor después de la misma para consultarle dudas, se le solía ver repasando con sus apuntes en el periodo entre clases... etc. No tardamos mucho en ponerle motes y proferir mordacerías varias. El paroxismo llegó cuando sacó malas notas; más de uno iba diciendo que aquello le confirmaba que "Dios existe".
 A poco que fuerzo la materia gris, me empiezo a encontrar ejemplos similares. Cuando yo era niño nuestro intento de escalar un árbol con una cuerda que nos habíamos agenciado algunos amigos me hizo escuchar a otros niños decir: "¿Qué quieren esos? Ah, ya, subirse a un árbol. Qué idiotas". Mira tú, como si ellos nunca hicieran eso.
 Incluso se me ocurre que yo mismo le pisaba el castillo de arena al niño indefenso de la playa en cuanto se daba la ocasión. Y a más de uno se le ha quedado activado desde entonces el modo pisoteo.
 Más ejemplos: en el instituto en cierta ocasión le dije en voz alta al profesor: "Creo que soy el número 34, pero ahí está la lista, no obstante". Mi frase motivó risas y que mis compañeros de clase me miraran como si acabara de hacer una reverencia mariposona al estilo Luis XVI, al tiempo que alguno me aclaraba la cosa:

- Ooohhh, qué culto eres, sabes decir "no obstante".

 ¿Para qué seguir? Seguramente cada uno de mis amables (ojalá) lectores tiene ejemplos de su propia cosecha.
 Y es que los que mueven los hilos de nuestro sistema socioeconómico han hecho bien su labor de inoculado: la competitividad permea por sobre todo en nuestras vidas. Lo mismo algún día a alguno se le va la cabeza y empieza a matar gente, por ejemplo en uno de esos centros de enseñanza; no me extrañaría. Pero tampoco les importaría mucho: se usaría como excusa para incrementar la vigilancia sobre nuestra privacidad y para que la sociedad acepte más mano dura. Mano dura que hasta solicitaría la sociedad misma, el colmo ya.
 El caso es que llega un momento, cada vez más temprano en la vida de las personas, en que uno siente que nada de lo que intente merece la pena, pues nada constructivo o creativo que emprenda le devolverá una satisfacción así sea solamente moral: ni estudiar, ni aprender, ni formarse, ni aprender expresiones como "no obstante", ni hacer un castillo de arena. Nuestro entorno nos pisará cuando la obra esté hecha para que no sintamos orgullo de ella, cuando la estemos haciendo para que no la completemos, y hasta cuando la estemos planificando para que no nos animemos a iniciarla.

 Y así seguirá siendo, me temo, mientras el individualismo y la competitividad sean nuestro leitmotiv, o como se diga ese palabro. Mientras no cambiemos nuestro esquema de mundo por otro basado en justo lo contrario: compartir y cooperar.