viernes, 24 de abril de 2009

El Crítico de Cine que no ve Cine - Fast & Furious

 En cierta ocasión mi buen amigo Gumersindo Amador se fue a vivir a una zona residencial de esas que hay en todas las ciudades y que se catalogan de inseguras delincuentemente hablando. Lo cierto es que esos sitios me asustan, porque, si bien no todo el mundo, ni mucho menos, en esos barrios es lo que podríamos llamar gente de mala catadura, más de una de las pandillas que rondan (hozan) por la zona me recuerdan a los niños en el colegio que se pensaban si zurrarme porque tenía gafas, y que se convencían de hacerlo cuando sacaba buenas notas en algo o el profesor me daba el abrazo del oso (o sea, que me ponía de ejemplo de algo ante el resto de los alumnos; a quién se le ocurre). Esos grupos que le miran a uno con descaro y le silban o le gritan cuando pasa cerca, ya saben.
 Consultado al respecto, Gumersindo me tranquilizaba:

- Bah, no pasa nada. Tú haces que te respeten y ya está.

 Me preguntaba yo si para hacer que le respeten a uno había que matar a alguien el primer día, como el Espartaco de Stanley Kubrick, o algo así, pero preferí no abundar en el tema.
 Y me vino esto a la cabeza el otro día, caminando por la calle, cuando la propaganda invasiva en forma de cartelón en el sitio más visible del paisaje urbano me quería vender una película estadounidense llamada "Fast & Furious". Todo en ella me recordó esa actitud pandilleril.
 Por ejemplo la mirada de odio y mala leche de los protagonistas, que parece querer decir "Cuidado conmigo, que soy peligroso" o "Respétame o te la juegas"; las dos bellas mujeres también parecían tener su mala uva y agresividad, aún la que adivino como "compañera del héroe", cuya remota sombra de sonrisa más parecía querer mofarse: "Espero que des la talla". ¿Queda algo de la mujer que buscaba en un hombre algo más que un mono golpeándose el pecho?
 El póster también anuncia la ostentación automovilística como signo de estátus, que suena a máxima de todo el filme. Y no digamos los subtitulares: "Piezas originales"; diga usted que sí, hombre, no como esos donnadies que compran imitaciones. O el de "Nuevo Modelo"; sí, mira, me he comprado otro, que dicen que comprando coches se acaba la crisis.
 ¿Por qué será que sin ver la película ni tener intención de verla me huelo en ella un ambiente urbano de separación en grupos tribales? Eso sin contar la de cabriolas machacantes del mobiliario de la ciudad que, sálgame un sarpullido si me equivoco, me van a hacer tanto buenos como malos a lo largo de la misma; por las mismas calles por las que cruza nuestra abuelita, claro, que raro me sería que se fueran a un circuito de carreras para no molestar (ni de paso atropellar) a nadie.

 En definitiva otra película más lavante de cerebros para enseñarnos a ver nuestra vida en sociedad como un enfrentamiento continuo, al prójimo como un potencial enemigo y a la vida como un divertimento antes de que se acabe, que el que venga detrás ya arreará.
 Y a consumir, claro. Eso sobre todo, si quieres ser feliz.