miércoles, 15 de abril de 2009

El Crítico de Cine que no ve Cine - Confesiones de una Compradora Compulsiva

 En realidad a Hollywood se le ve el plumero.
 Es decir, se le ve el plumero si uno sabe mirar y no está lobotomizado por la televisión. O sea, que más bien no se le ve.
 Digo esto porque si en la época de la guerra fría los malos de las pelis (ver saga de un tal "James Bond") eran los aviesos rusos soviéticos bolcheviques (hasta Rocky Balboa le dio tunda a uno que, para variar, era un bacilón que no sabía con quién se la jugaba), si derrumbado el Muro de Berlín el mundo árabe tomó el relevo de maldad perversa en el cine (ver, si tienen estómago, "Air Force One - El Avión del Presidente" por ejemplo), si cuando tocaba alistar niñatos al ejército de EEUU y de paso hacerle propaganda hicieron "Top Gun" para cuasi-convencernos de que según entra uno allí le dan su avión ese para que haga cabriolas, si cuando había que justificar eso de que los EEUU fueran por el mundo invadiendo a otros países usando el derecho internacional de papel higiénico se hizo "StarShip Troopers", ahora que los genios economistas del sistema quieren arreglar con una huída hacia adelante el estropicio que ellos mismos han hecho tocaba hacer que la gente comprara. Consumiera, vamos.

- Tú compra que esto se arregla.
- Pero oiga, si eso llevamos haciendo muchos años, y miren a dónde nos ha llevado.
- Calla, idiota, que no te enteras de nada. ¿Quién es el que tiene el Master de Economía aquí? Yo ¿verdad? Y bien caro que me costó.

 Así que dicho y hecho: me encuentro el otro día yendo por la calle un anuncio de una película llamada "Confesiones de Una Compradora Compulsiva". Título original "Shopaholic"; es que con esto de la traducción los títulos a veces se quedan en nada.
 Ni la he visto ni ganas que tengo. Pero me atrevo a aventurar que quien le eche valor se va a encontrar muchas imágenes que muestren el goce inherente a ir de tiendas y a comprar por comprar. El éxtasis derivado de almacenar bienes materiales. Bueno, no tanto, que para entonces ya está uno harto de tanta cosa y no sabe dónde ponerla, pero al menos de volver con ellos a casa. Y de enseñárselos a los amigos. A quien le quede de eso, claro. Oh, y habrá seudo-moraleja final, me figuro, en forma de la lección que debe aprender quien derrocha comprando. Después de que la visión de compras desbocadas, destellantes templos del consumo y envoltorios de regalo nos haya sicocondicionado y nuestro hipotálamo repita borreguilmente "comprar, comprar, comprar...".

 A veces pienso que, si es cierto eso de que se conoce a una época por su arte, no veas tú el rompecabezas que les espera a los antropólogos del futuro cuando desentierren nuestros yacimientos (radiactivos, claro).